sábado, 13 de agosto de 2016

Capitulo 2.

Trato de reaccionar, de mover por lo menos alguna parte de mi cuerpo, pero todo intento es fallido. Ambos nos observamos a los ojos, supongo que un par de minutos, pero ninguno actúa solo estamos ahí, mirándonos. – Quita la cara de estúpida y haz algo. En los exámenes no te preguntaran por los ojos verdes de este dios griego, eso te lo aseguro – sentencia esa vocecita de mi conciencia, tiene razón. Parpadeo varias veces, y retomo mi postura, mi cerebro busca desesperadamente algún estimulo que encuentre mi voz, ¡Bingo, ahí está! Está bien, solo habla tranquila y trata de no parecer estúpida.

-          Si, si, lo sé – tartamudeo, fantástico ya falle en lo segundo – Es que no vivo cerca, y tuve inconvenientes para llegar – termino la frase rápido para no darle oportunidad de fallo a mi voz. Pero su mirada fija hace que se me ericen hasta los vellos de la nuca.
-          Entiendo, pero no creo que pueda entrar. Como le dije, con ella son bastante claros los temas de los horarios – su voz peculiar hace que todo lo que salga de su boca tenga un toque de elegancia. Pero no logra hacer que ignore lo que dijo.
-          ¡Demonios! – suspiró frustrada, suelto mi bolso en el piso y me siento recostada a la pared tratando de mantener la calma. No puede ser que  me pase esto, el primer día.
-          Pero… - lo oigo dudar aun de pie en el mismo sitio, sin retirar su vista de mí. Aclara la garganta – quizás María Clara no ponga objeción, siendo esta la primera clase.
Lo vuelvo a observar a los ojos, benditos ojos los que se carga este hombre - ¿De verdad? ¿Puedo entrar? – me voy levantando despacio a la par que recojo mis cosas junto con mi dignidad, por andar de payasa botando las cosas.
-          Veremos, solo entre atrás de mí y traté de no hacer ruido – se dirige a la puerta y toma la perilla. Me apresuro y me posiciono tras de él.
-          Muchas gracias, en verdad – No contesta nada más. Hasta su espalda merece atención. ¡Ay por favor! Focalízate.

Lo observó abrir la puerta con sumo cuidado, sin emitir ruido alguno. Ingresa a ella, y me da paso para repetir su acción. La sala está llena, solo quedan un par de sillas vacías en la última fila. Todos los presentes están atentos a un video que pasa por el proyector, al parecer nadie nota mi presencia y me alegro por ello. Veo que “El inverosímil” - ¿Qué? ¿Cómo lo llamaste? – me hace un gesto para que ocupe rápido un lugar, asiento levemente con la cabeza en son de agradecimiento y acato su orden sin hacer ningún tipo de ruido. Cuando mis ojos vuelven a reclamar su imagen, veo cómo abandona el lugar sin atención alguna.  Suspiro.

Observo atentamente la sala, pero con la poca luz que cuenta es difícil distinguir rostros. Me resigno a mirar lo que pasa el proyector, por lo que deduzco es de esos videos introductorios que te ponen iniciando las clases. No inventes, siempre lo mimo, ni siquiera se toman el trabajo de cambiar el parlamento o tan siquiera las fotos que muestran. Por favor que no salgan con la pendejada rutinaria del primer día: “Levántese, diga su nombre, pasatiempos, por qué escogió esta carrera y que aspiraciones tiene con respecto a la clase”, desde el kínder es lo mismo ya estoy en octavo semestre de literatura latinoamericana y lo seguimos haciendo, empiezo a creer que a los profesores les da más güeva que a nosotros la primera clase y no preparan nada, ese es su comodín.

La luz de la sala se enciende, y mis ojos recienten el cambio abrupto. Frente a nosotros se levanta una mujer de cabello oscuro perfectamente peinado, tez morena, delgada y chapara – mira tú, quien lo viene a decir –, creo que no supera los 45 años. Empieza a darnos la catedra habitual de inició, con tono amable. Típico a primera impresión se muestran inofensivos, pero con la primera nota tratan de asesinarte. Lo sabía, ahí vamos con las presentaciones de nuevo, ya conozco a mis compañeros, estudio con ellos hace siete semestres y no me interesa volver a escuchar sus aspiraciones. Esteban se levanta de su asiento para relatarnos, otra vez, como desde esta carrera aspira a ser un escritor de la talla de Shakespeare, me es inevitable no voltear los ojos con semejante “aspiración”– es un moreno alto, corpulento, de cabello crespo y negro como el petróleo -. Uno no es sincero en estas cosas, a ver alguien no diría “Mis padres me obligaron a estudiar” o “Mi pasatiempo es vestirme de lentejuelas en la noche, salir y empedarme hasta más no poder”, una ligera carcajada se escapó de mi garganta.

-          Muy bien, sigamos con la señorita del fondo que al parecer está muy divertida con la clase – Me observa fijamente, levantando una ceja. Cambio de opinión, esta no espero a la primera nota para mostrarse conmigo.
-          Eh… – siento mi sangre en los pies, mi pecho empieza a picar y mis mejillas a arder. Odio llamar la atención, y ahora todos tienen la mirada sobre mí. Me quedo estática mirándola a los ojos sin saber que decir, quiero salir corriendo pero conociéndome soy capaz de caer al primer paso.
-          La estamos esperando – trato de respirar profundo, pero no puedo. Me empieza a temblar el cuerpo entero, maldito pánico escénico.
-          Yo quiero hablar – Dirijo mi vista a quien pronuncio esas palabras en son de mi salvación. Una ligera sonrisa se pinta en mis labios, no podía ser otra que esa hermosa morena  de crespos que tanto adoro. Fernanda se acaba de ganar el cielo con esto, todos los presentes giran a observarla mientras hace su presentación; una sensación de alivio recorre todo mi cuerpo a la par que mis mejillas recuperan su temperatura normal.

Fernanda Del Valle, es una de mis mejores amigas, nos conocimos la primera semana de universidad, maravillosamente ambas nos chocamos mientras buscábamos un salón y a partir de eso aprovechábamos para entablar charlas y sentarnos juntas. Es una mujer delgada, estatura promedio, de tez morena – sinceramente, me fascina su tono de piel -, cabello churco y negro, pero su mayor atractivo son sus ojos; son color miel y grandes, cualquier persona que la conozca queda pasmado con ese par de joyas que tiene por ojos. Su esencia es admirable, es tranquila, sabia, no suele hablar mucho pero siempre interviene en el momento preciso y tiene un humor innato. Que decir de su elegancia, sin necesidad de esfuerzo no hay ocasión en que no se vea impecable. Le encanta leer y eso es lo que la tiene aquí, también es muy buena escritora pero dice que no se proyecta como tal, le llama mucho más la atención de crítica literaria y siendo sincera seria excelente en ello.

Y ahí está mi otro sol: Isabel Arrigunaga, con ella coincidimos al finalizar el primer semestre a causa de un trabajo en grupo, agradezco eternamente al maestro por habernos juntado. Cabello castaño y ondulado, de ojos café claros, un poco más baja que Fer pero más alta que yo, – bueno, cualquiera es más alto que yo – piel bronceada, de grandes curvas, cualquiera envidiaría el cuerpazo que se carga. Sin mentir, lo que más fascina de ella es ese carisma contagioso que posee,  te sonríe y te pega su alegría, es una habladora de tiempo completo – creo que si le tapan la boca le saldrían letreros –cuenta con excelentes ideas en todo lo que dice; es una mujer muy protectora, cálida, afectuosa y perfeccionista – esto último a veces hace que se exaspere por cosas tontas, pero su lema es: si vas a hacer algo hazlo bien, sino mejor no hagas nada -. Vanidosa como ninguna otra, su cabello arreglado, maquillaje a tono y lo más femenino a la hora de vestir, con un toque habitual de coquetería. Es excelente escritora, se inclina por la rama de la opinión periodística; todos sabemos que terminará siendo una gran columnista en alguna revista o periódico importante del país.

Solo tengo un hermano, Agustín, y siempre quise tener hermanas. Ellas dos son los más cercano a ello, son las hermanas que siempre anhele tener y las amo como tal.

Dicen que lo bueno no dura para siempre, y en estos momentos doy fe de ello. Uno a uno se fueron presentando, pero no sé en qué momento ya todos habían hablado e íbamos en mi compañero de junto. Ya no tengo escapatoria ni salvadora, voy a tener que pasar por el suplicio de levantarme, hablar de mi aburrida vida y que todos sean testigos, una vez, de mi “grandiosa” cualidad de ponerme roja a causa de los nervios que me atormentan. Cierro los ojos, suspiro resignada y me paso la mano por la cara, - vamos Mayte solo te levantas, hablas y fin, el resto de semestre no vuelven a notar tu presencia – me anima mi yo interior, y no tengo más opción que consolarme con eso. 

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