Otra vez, otra vez. No puede ser posible, siempre la misma
historia… no era que los seres humanos teníamos un reloj biológico, pues el mío
se descompuso o ya de plano no lo traigo. Ahora tendré que correr hasta el
metro, conseguir algo por ahí que me sirva como desayuno y rogar para que no me
cierren la puerta de la clase; es mi primera clase de este semestre y voy a
llegar tarde, no te gusta llamar la atención y vas a ser el centro de miradas
por interrumpir la clase a la mitad. ¡Carajo! ¿Dónde deje los libros?... ya,
ya, calma. Listo, no me falta nada.
Corro como loca por las calles, tratando de no chocar con
alguien o irme de bruces contra el suelo. Tengo que ahorrar para un auto, digo,
en un futuro porque ahora es utopía. Por fin diviso la estación, ojalá no tarde
mucho en pasar el metro sino estaré perdida. Busco en el bolsillo de mi
pantalón la tarjeta, la pongo en el identificador y paso el torniquete; las
pantallas anuncian que la parada será dentro de unos minutos, observo mi reloj
tengo y cuento con 26 minutos para llegar, según mis cálculos matemáticos de
tiempo y distancia puedo llegar. No puedo evitar reírme para mí misma,
“cálculos matemáticos” ¡ay por favor! Solo yo puedo reírme en toda situación de
estrés, nota mental: tengo que aprender a ser sería. El sonido de mi estómago
me saca de mi monologo interno, necesito comer, aquí dentro no hay nada así que
tendré que esperar ver que encuentro en ciudad universitaria.
9: 53am…Trece minutos después estoy en la parada que me
toca, al final de cuentas mis cálculos no son tan patéticos. Salgo de esta, y
me dirijo a mi destino; pero antes debo encontrar algo de comer, sino juro que
me sacaran del salón por mis ruidos estomacales que interrumpirán al profesor.
Distingo una mujer que vende no sé qué cosa, pero mientras sea masticable no
tengo objeción, me acerco, ordeno uno – sin inmutarme en preguntar que son - y
lo cancelo; retomo mi camino mientras lo voy abriendo, lo pruebo y me place
saber que tiene buen sabor, aunque inmediatamente a mi cabeza llegan las
palabras de mi madre – No tragues cosas en la calle, eso no contiene ningún
tipo de higiene. En una de esas te puedes morir –, siempre tan dramática, pero
bueno si me llego a morir por lo menos será con el estómago lleno y no con mis
tripas retorciéndose. ¡Llegue!, tengo tres minutos para subir e ingresar, no
creo que empiecen a las diez en punto, -
Mayte, deja de suponer y sube ¡YA! – me grita mi queridísima conciencia, y
decido hacerle caso; es de las contadas veces que dice algo razonable, la
mayoría del tiempo solo suelta disparates.
Divisó el ascensor, y como de costumbre, un tumulto de gente
a su espera. Son cinco pisos pero ni modo, la opción son las escaleras. Estoy
en el cuarto piso y siento desfallecer, algo me dice que uno de mis pulmones se
quedó en el piso de abajo; mi estado físico es peor que nefasto, solo me falta
un piso. Apenas mis pies suben el último escalón, agradezco a la vida, uno solo
más y mis piernas no me sostendrían. La sala 506 es al final del pasillo, no
veo nadie afuera… mi suposición fue errónea, mi reloj marcaba 10:02 y al
parecer ya la sesión había iniciado, me golpeo internamente por ello. Tomo la
perilla de la puerta, inhalo profundamente para tratar de normalizar mi pulso
cardiaco - creo que devolveré el panecillo que desayune – y cuando estoy
dispuesta a abrir la puerta algo me detiene.
-
No puede ingresar, la clase comenzó hace 4
minutos y la puntualidad es una de las primordiales características de la
señora Hernández – escucho una voz gruesa a mis espaldas que me sobresalta.
¡Maldición! Cierro los ojos haciendo presión, respiro
profundo y me giró dispuesta a defender mi retraso para conseguir ingresar a la
sala, me paralizó de inmediato. Esto tiene que ser una broma, mis ojos me deben
estar fallando… un hombre así no puede ser real. Acabo de perder toda capacidad
de razonamiento y habla, en mi cabeza solo existe una pregunta ¿De dónde salió
este adonis tan perfecto?, ni en las mejores películas que he visto existe algo
similar.
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